La poesía de Sara Pujol Russell es la de los que entienden el mundo. Conocidos por mí hay tres libros que recogen su obra. De verso largo, complejo, pero no cargado. Versos que recaen en el peso del día, en la calma nocturna que lleva al amor. Un amor metalingüístico/físico/poético. No llega a ser visceral por la vía entrañable, es visceral por haberse hallado, detenido en un momento atemporal, y aun así no quieto.
Silencio
Asombro
Carencia
Son algunos de los conceptos que marcan el ritmo de cada uno de sus libros. Su filosofía es la del entendimiento y la comunión natrual, con puntos zambrarianos; un pensamiento erudito que aporta un poco más de perfección en la disposición de las palabras. En su primer libro: El fuego tiende su aire: el aire tiende a su fuente se vislumbra el camino primero; sensación de unidad poética que se puede apreciar más sólida en el segundo libro (Intacto asombro...) y ya consolidada pero en la misma línea del segundo en el tercero (Para decir sí a la carencia...). Poema tras poema nos inunda en un sinquerer buscado, en una paciencia comparable a la contemplación pausada, que no ansía la aniquilación de la imagen procesada y que no pretende ninguna prefiguración artificiosa. Las tardes ya no son las tardes, el mediodía se sirve del mar, se sirve de la fuente, de la calma rural. El mediodía es el mediodía del alma, el atardecer es el crepúsculo del cansancio. La carencia es esa costumbre que nos habita para poder valorar con propiedad todo lo que merece lo vital.
Letanias, disposiciones métricas bien conjuntadas por un mismo aire, por una misma luz, por una misma mansedumbre de hechura.
Gran ejercicio poético que salva la poesía actual de la quema. Hay pocos autores/as que sepan definirse en el panorama de las letras, si cogemos cualquier poema suyo inmediatamente, sin saber de forma inicial de quién se trata; automáticamente lo identificamos con los de Pujol.
Démosle nuestro más sincero agradecimiento por su regalo.