viernes, 22 de febrero de 2013

La maravillosa obra de Javier Lostalé


Hace apenas un año me adentré en la obra y la persona de Javier Lostalé, aquí presente. Su interior es el del arroyo que no cesa, generoso, limpio y eterno. Eterno por la calidad de mito en lo absoluto, en lo brillantemente poético, raíz de juventud. Y es que Javier se podría resumir en una palabra, verbo que puede parecer recurrente, pero que en él se cumple y se hace real, el amor. Esta filia no sólo recorre el logos y el poema, recorre lo humano y el deseo de acompañar la vida, otra cosa no puede ser la obra de Javier, y perdonad mi rotundidad, que acompañamiento en la vida, en el nacer, él es un alumbramiento de música completa.

Hablaré de su poesía hablando de él, en él y por él. La poesía que aflora de él es netamente Javier, en su pulso, en su medida, en su respirar; resulta extraño encontrar una poesía de tan excelente calidad hoy en día, pues reclamo para la obra de Lostalé el lugar que le corresponde entre los grandes de la poesía del último tercio del XX y de los inicios de las décadas presentes. El poema que hay en él es un compartir en comunión constante con el ser y hacia el ser, a veces presente en lo leve, en una promesa de plenitud que se realiza y cumple reiteradamente en la relectura. Por la poesía se definen sus actos, actos que muchos le debemos y debemos entender como un renacer que él nos regala. Yo mismo le debo el renacer de mi poema, el seguimiento que él ha hecho desde la mirada primera con la bondad.

Según están dispuestos los poemas en su obra inauguramos el baile de belleza y cuerpo en los siguientes versos, de los primeros, en el poema Con el alba…; cito: «Con la noche los árboles habrán enterrado su último canto/ y una gota de sangre todavía señalará el lugar del amor.». Es el inicio de Jimmy, Jimmy, la primera obra de pulso hondo, de cumplimiento, de tristeza imperceptible, pues otro verso que encontramos en el poema Consumación nos dice: «La soledad es una transparencia sin memoria». Jimmy, Jimmy no es un poemario que sólo origina, sino que ya decide y distribuye la génesis de las siguientes obras. Hay en este libro una quietud que se derrama e impregna de salvación al lector ya no indefenso, sino arropado en un corpus que transita el centro de nuestras almas.

Hay una invitación exacta de olvido, de luz asumida en la consciencia, de destino. Los sonidos de la palabra recaen sobre los ojos, no enturbiándolos con el ruido vital, sino nutriendo, algunas veces con clarividencia, una verdad que todavía es lentitud. Durante y después de la lectura de los poemas de Javier hay un rescate de la respiración, una sensación de no enfermar nunca, es el vacío más limpio, cumplido. En Figura en el Paseo Marítimo coexisten la voluntad de negarse y cubrirse en el ser hacia una inclinación de los límites del dolor como descubrimiento, como recompensa muda, pero nuevamente sin las fisuras del cuerpo. Mirar, en este paseo de paso abierto, es una reinvención de la costumbre de amar, de iluminar, como dice el poema El ahogado: «y un instante lo amado devolvía/ a los que inclinados sobre el agua/ la imagen del ahogado despertaban/ como una obsesión hermosa». Nos facilita el camino, con estos toques delicados, a su siguiente libro La Rosa Inclinada.

Este libro empieza con una Confesión, una poética que también inaugura la antología Rosa y Tormenta. Esta confesión cenital despierta la voluntad de quedarse absorto en el poema, en la poesía.  Luego le siguen unos versos que reclaman este centro de fortaleza en el poema sin título en las obras completas hasta 2001 La Rosa Inclinada y que luego ya aparece en Rosa y Tormenta bajo el título Inclina la Rosa: «Rosa que en su reflejo canta entera pasión,/ hora de nadie donde arder en soledad.». Todo vuelve a ser ensueño, trayecto de tiniebla acabada. La luz no se hace ostensible, pues permanece secreta a cuenta de las cicatrices y de lo no revelado en el pulso del deseo. Deseo que es a la vez inclinación y memoria,  certeza siempre auroral; puerto de lo naciente y lo perecido. En Madrugada Paolo podemos verlo: «El corazón comprende entonces/ que nunca te encontrará más allá de este silencio». Pero este resplandor de tibieza estalla bajo el frío negarse, veamos los versos de Poema de Amor: «Que nadie se incline/ sobre el cuerpo de lo que no existe,/ pues su pecho se quemará/ en la locura de un espejo que no refleja».

Llegamos desde la luz mortal a Hondo es el Resplandor, fruto de ojos, liberación de todo lo nacido hasta ahora. En este panteísmo amoroso se deposita la pasión, una armonía circular, aparentemente quieta, pues en su detenimiento, desde lo más elevado, aparece la materia. Transparencia que lucha en su pureza, a veces bajo la furia de la llama que justifica la llama en su quietud, ved el poema La Cama: «Dosel de la sangre, cauce dorado de la pasión,/ la cama eleva al hombre a su más alto destino:/ el del horizontal arder/ con el firmamento de los párpados quemado por las preguntas.//». Lo carnal es, el mundo físico se deja ver bajo lo diáfano en una gruta de serenidad. En lo sereno se escucha lo antaño fragmentado, pues la piedad hacia uno mismo, hacia el mundo revelado toma también su corpus. El poema Hijo lo revela: «¿Desde qué olvido de ti/ con su lumbre me tocas?».

En esta vocación de memoria musicalizada adviene la Estación Azul, poesía en prosa que recorre todas las concepciones de la dicotomía filosofía y poesía entregándose en partes iguales al silencio y a los amados. Un todo en lo virgen, en el texto El beso lo vemos referenciando el mismo beso: «…es un alma en ondas que respira la rosa de otro ser, una respuesta virgen a lo que, pleno, está por nacer». En este verso se recoge, lo que según mi parecer, es la traza que sigue toda esta obra (la deuda para con la plenitud y el latido de la ilusión por lo verdadero. En este ritmo luminoso concluye lo que abraza La Rosa Inclinada. Termina, asimismo, el perdón biográfico; Hortus Conclusus donde el «alma nutre el firmamento de lo invisible».  

Finalizo este recorrido en Tormenta Transaparente, donde el mundo quiere ser visto en una primera conciencia de belleza, en una promesa comprendida por el soplo vital del fuego, todo tiende al ojo que desvela porque ya ha descubierto, al reposo del contacto. Los primeros versos que se escribieron jamás debieron ser tan limpios de memoria como en el poema Deseo: «Sin biografía existen,/ ofrecidos sin límite/ en un lugar que a ninguno pertenece,». Las palabras viven entre la tiniebla y la gloria del deseo de tal forma que la profundidad del tiempo se duplica; en el poema Algo se abre lo vemos claramente: «Algo se abre sin ti,/ aunque a ti se dirige/ su señal que no reconoces/ por la que fuiste dando tu vida./ ». Es un trance cada paso en el libro, en el que también se deja el lamento por lo onírico, y en el que se hace superior la comunión entre lo visual y lo táctil. La intuición, como antesala de la caricia, determina el mundo material, la costumbre poética expuesta bajo la fuerza de lo entero.

Mi necesidad es mantener mi fascinación en secreto, pues me siento bajo la extraña ceguera de un encuentro con lo virgen, con lo tallado en la bruma de un horizonte de voluntad y de luz. Sin duda, la poesía de Javier es como soñarse, verdadero, para adentro, contemplar el desarrollo del amor que inflama. Muchas gracias. 


http://panopliadelibros.blogspot.com.es/2011/11/novedad-calamo.html

http://www.calambureditorial.com/index.php?section=catalogo&pagina=producto&idioma=es&producto=31838

OBSERVAD LA BELLEZA DE LAS EDICIONES (TANTO DE LA ANTOLOGÍA COMO DE LAS OBRAS COMPLETAS). 

viernes, 15 de febrero de 2013

Presentación de Rosa y Tormenta

Hoy tenemos una velada maravillosa en Tarragona, un momento que será difícilmente olvidable. Javier Lostalé visita nuestra ciudad, uno de los grandes de nuestra literatura. ¡¡¡Un abrazo lectores!!!