Hace apenas un año me adentré en la obra y la persona de Javier Lostalé,
aquí presente. Su interior es el del arroyo que no cesa, generoso, limpio y
eterno. Eterno por la calidad de mito en lo absoluto, en lo brillantemente
poético, raíz de juventud. Y es que Javier se podría resumir en una palabra, verbo
que puede parecer recurrente, pero que en él se cumple y se hace real, el amor.
Esta filia no sólo recorre el logos y el poema, recorre lo humano y el deseo de
acompañar la vida, otra cosa no puede ser la obra de Javier, y perdonad mi
rotundidad, que acompañamiento en la vida, en el nacer, él es un alumbramiento
de música completa.
Hablaré de su poesía hablando de él, en él y por él. La poesía que aflora
de él es netamente Javier, en su pulso, en su medida, en su respirar; resulta
extraño encontrar una poesía de tan excelente calidad hoy en día, pues reclamo
para la obra de Lostalé el lugar que le corresponde entre los grandes de la
poesía del último tercio del XX y de los inicios de las décadas presentes. El
poema que hay en él es un compartir en comunión constante con el ser y hacia el
ser, a veces presente en lo leve, en una promesa de plenitud que se realiza y
cumple reiteradamente en la relectura. Por la poesía se definen sus actos,
actos que muchos le debemos y debemos entender como un renacer que él nos
regala. Yo mismo le debo el renacer de mi poema, el seguimiento que él ha hecho
desde la mirada primera con la bondad.
Según están dispuestos los poemas en su obra inauguramos el baile de
belleza y cuerpo en los siguientes versos, de los primeros, en el poema Con el alba…; cito: «Con la noche los
árboles habrán enterrado su último canto/ y una gota de sangre todavía señalará
el lugar del amor.». Es el inicio de Jimmy,
Jimmy, la primera obra de pulso hondo, de cumplimiento, de tristeza
imperceptible, pues otro verso que encontramos en el poema Consumación nos dice: «La soledad es una transparencia sin memoria».
Jimmy, Jimmy no es un poemario que
sólo origina, sino que ya decide y distribuye la génesis de las siguientes
obras. Hay en este libro una quietud que se derrama e impregna de salvación al
lector ya no indefenso, sino arropado en un corpus que transita el centro de
nuestras almas.
Hay una invitación exacta de olvido, de luz asumida en la consciencia, de
destino. Los sonidos de la palabra recaen sobre los ojos, no enturbiándolos con
el ruido vital, sino nutriendo, algunas veces con clarividencia, una verdad que
todavía es lentitud. Durante y después de la lectura de los poemas de Javier
hay un rescate de la respiración, una sensación de no enfermar nunca, es el
vacío más limpio, cumplido. En Figura en
el Paseo Marítimo coexisten la voluntad de negarse y cubrirse en el ser
hacia una inclinación de los límites del dolor como descubrimiento, como recompensa
muda, pero nuevamente sin las fisuras del cuerpo. Mirar, en este paseo de paso
abierto, es una reinvención de la costumbre de amar, de iluminar, como dice el
poema El ahogado: «y un instante lo
amado devolvía/ a los que inclinados sobre el agua/ la imagen del ahogado
despertaban/ como una obsesión hermosa». Nos facilita el camino, con estos
toques delicados, a su siguiente libro La
Rosa Inclinada.
Este libro empieza con una Confesión,
una poética que también inaugura la antología Rosa y Tormenta. Esta confesión cenital despierta la voluntad de
quedarse absorto en el poema, en la poesía.
Luego le siguen unos versos que reclaman este centro de fortaleza en el
poema sin título en las obras completas hasta 2001 La Rosa Inclinada y que luego ya aparece en Rosa y Tormenta bajo el título Inclina
la Rosa: «Rosa que en su reflejo canta entera pasión,/ hora de nadie donde
arder en soledad.». Todo vuelve a ser ensueño, trayecto de tiniebla acabada. La
luz no se hace ostensible, pues permanece secreta a cuenta de las cicatrices y
de lo no revelado en el pulso del deseo. Deseo que es a la vez inclinación y
memoria, certeza siempre auroral; puerto
de lo naciente y lo perecido. En Madrugada
Paolo podemos verlo: «El corazón comprende entonces/ que nunca te
encontrará más allá de este silencio». Pero este resplandor de tibieza estalla
bajo el frío negarse, veamos los versos de Poema
de Amor: «Que nadie se incline/ sobre el cuerpo de lo que no existe,/ pues
su pecho se quemará/ en la locura de un espejo que no refleja».
Llegamos desde la luz mortal a Hondo
es el Resplandor, fruto de ojos, liberación de todo lo nacido hasta ahora.
En este panteísmo amoroso se deposita la pasión, una armonía circular,
aparentemente quieta, pues en su detenimiento, desde lo más elevado, aparece la
materia. Transparencia que lucha en su pureza, a veces bajo la furia de la
llama que justifica la llama en su quietud, ved el poema La Cama: «Dosel de la sangre, cauce dorado de la pasión,/ la cama
eleva al hombre a su más alto destino:/ el del horizontal arder/ con el
firmamento de los párpados quemado por las preguntas.//». Lo carnal es, el
mundo físico se deja ver bajo lo diáfano en una gruta de serenidad. En lo
sereno se escucha lo antaño fragmentado, pues la piedad hacia uno mismo, hacia
el mundo revelado toma también su corpus. El poema Hijo lo revela: «¿Desde qué olvido de ti/ con su lumbre me tocas?».
En esta vocación de memoria musicalizada adviene la Estación Azul, poesía en prosa que recorre todas las concepciones
de la dicotomía filosofía y poesía entregándose en partes iguales al silencio y
a los amados. Un todo en lo virgen, en el texto El beso lo vemos referenciando el mismo beso: «…es un alma en ondas
que respira la rosa de otro ser, una respuesta virgen a lo que, pleno, está por
nacer». En este verso se recoge, lo que según mi parecer, es la traza que sigue
toda esta obra (la deuda para con la plenitud y el latido de la ilusión por lo
verdadero. En este ritmo luminoso concluye lo que abraza La Rosa Inclinada. Termina, asimismo, el perdón biográfico; Hortus Conclusus donde el «alma nutre el
firmamento de lo invisible».
Finalizo este recorrido en Tormenta
Transaparente, donde el mundo quiere ser visto en una primera conciencia de
belleza, en una promesa comprendida por el soplo vital del fuego, todo tiende
al ojo que desvela porque ya ha descubierto, al reposo del contacto. Los
primeros versos que se escribieron jamás debieron ser tan limpios de memoria
como en el poema Deseo: «Sin
biografía existen,/ ofrecidos sin límite/ en un lugar que a ninguno
pertenece,». Las palabras viven entre la tiniebla y la gloria del deseo de tal
forma que la profundidad del tiempo se duplica; en el poema Algo se abre lo vemos claramente: «Algo
se abre sin ti,/ aunque a ti se dirige/ su señal que no reconoces/ por la que
fuiste dando tu vida./ ». Es un trance cada paso en el libro, en el que también
se deja el lamento por lo onírico, y en el que se hace superior la comunión
entre lo visual y lo táctil. La intuición, como antesala de la caricia,
determina el mundo material, la costumbre poética expuesta bajo la fuerza de lo
entero.
Mi necesidad es mantener mi fascinación en secreto, pues me siento bajo la
extraña ceguera de un encuentro con lo virgen, con lo tallado en la bruma de un
horizonte de voluntad y de luz. Sin duda, la poesía de Javier es como soñarse,
verdadero, para adentro, contemplar el desarrollo del amor que inflama. Muchas
gracias.
http://panopliadelibros.blogspot.com.es/2011/11/novedad-calamo.html
http://www.calambureditorial.com/index.php?section=catalogo&pagina=producto&idioma=es&producto=31838
OBSERVAD LA BELLEZA DE LAS EDICIONES (TANTO DE LA ANTOLOGÍA COMO DE LAS OBRAS COMPLETAS).
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